martes, 27 de enero de 2009

El triángulo.

En el singular triángulo de las Bermudas andaluz, cuyos vértices ocupan Cádiz, Sevilla y Huelva, no es lo mismo tener gracia que ser un gracioso. Ser un gracioso, y subrayo el artículo indeterminado, es igual que ser un malage (mal ángel), un tío atravesado y poco de fiar. Por aquí abajo a mano izquierda, cuando de alguien se dice que es un gracioso, el sentido peyorativo está servido. Y sin embargo, cualquier ciudadano puede sentirse halagado cuando de él se comenta: ¡Qué gracia tiene el hijo de la gran puta! Curiosa semántica.

En el triángulo que he trazado, la gracia, cuando la hay, es finísima y muy profunda. Tan fina como el humor inglés, y tan profunda como la filosofía china. Un lord británico discípulo de Confucio, sería incapaz de pronunciar una sentencia tan sutil y tan rotunda como cualquiera de las muchas que en un momento dado pueda florecer en un ángulo del triángulo.

Un gaditano, un sevillano o un huelvano con gracia, son capaces de reírse, o mejor, sonreírse sin ánimo de molestar, no ya de su propia sombra, sino de su propia muerte. Lo cual es la quintaesencia de la espiritual finura.

sábado, 10 de enero de 2009

Pásalo.

Anoche me tomé una pastilla para tranquilizarme y poder dormir mejor. Lo hago muy de tarde en tarde, cuando realmente el cuerpo me lo pide. Me levanto esta mañana fresco como una lechuga, me ducho, me afeito y me voy al bar del barrio a tomarme un café y leer el diario local que ofrece el bar a sus clientes.
No habían pasado ni diez minutos, y ya necesitaba otra pastilla. Esta era de pura necesidad y urgente. Empecé leyendo política y veo guerras y sangre en primera fila. En ellas, dolor y muerte. Al lado un anuncio de Ikea.
Paso a páginas de sociedad. ¡Amigo! Con la iglesia hemos topado. Una tía con la cara operada trescientas veces que roza la monstruosidad. La ex-mujer de un torero, hortera a más no poder, diciendo horteradas. Un alcalde ladrón dando lástima. Alguien que dice que una tal Ana Rosa es muy humilde.
Paso página de nuevo y miro los sucesos. La vuelvo a pasar en cuanto veo algo que empieza por: "acuchillado/a cuando se dirigía a...". En ese momento me traen el panecillo y el café.
Echo el aceite a la tostada y disuelvo el azúcar en el café. Abro de nuevo el Diario y prosigo en el capítulo de anuncios. Cerca de tres páginas enteras de gente pidiendo trabajo y vendiendo cosas.
Doy un sorbo al café y veo de reojo que las siguiente páginas están repletas de servicios de señoritas malas -o buenas, según se miren- donde caben hasta travestís.
Por fin llego a la siguiente página y me encuentro con una enorme esquela en la que se me informa de una defunción -esta vez, un conocido-.
Ahí desisto ya de continuar. Cierro el diario y lo pongo encima de la mesa. Doy un bocado al panecillo intentando olvidar lo leído para no deprimirme.
-Disculpe, ¿ese Diario es del bar? - me dice un fulano al acercarse a mi mesa.
-Sí, lléveselo.