martes, 23 de octubre de 2012

Y LLEGÓ ASIER.


Dicen los viejos corazones en sus años de acopio de experiencias,
que agosto es el mes que guarda el secreto de los doce meses completos.

Otros aducen también diciendo que agosto quien no goza de él está loco.

Yo he tenido la dicha de haberlo disfrutado con deleite, y con el mismo sentimiento sigo disfrutando lo que ese mes de este año me concedió.

Vino mi segundo nieto, Asier. Hermano de Gael. Fiel reflejo del misterio de la vida.

De esa vida que nos da felicidad y que, al mismo tiempo, por generosa, nos lleva hacia adelante formando un grupo de personas afines, cuyo nombre feliz, bien argumentado, excepcionalmente concebido, se llama familia.

Y llegó Asier.

Sí, llegó Asier. Y llegó con una carita preciosa y con manos de Ángel.

Y llegó para tomar su merecido puesto en su familia, en su casa, al lado de sus padres y de su hermano Gael.

Fue entonces cuando el mes de agosto dio de sí todo lo que llevaba dentro.

El sol corría de un lado a otro siempre consumiendo su mismo camino,
pero esta vez con más alegría, con soltura, con complacencia, pues veía que
su compañera, la luna, le sonreía desde la claridad del día para después
mostrarse de noche como una luna azul. La luna azul de agosto. Ella también celebró que Asier, el pequeño ruiseñor, estaba ya entre nosotros.

Él les llenó de felicidad de la misma forma que lo hizo con su familia.

Y lo hizo de una forma sencilla, como pidiendo paso entre su gente para estar con ellos.

Y… sí. Llegó Asier.

Alma divina y un tesoro que, nosotros, los suyos, guardaremos arropándolo con un amor inconmensurable.