Hace poco que he empezado a leer libros en un lector
digital, al que le llaman e-book , por aquello de la facilidad del transporte,
por sus múltiples herramientas (corrector, tipo y tamaño de la letra,
anotaciones, diccionario…).
Sin embargo carecen de calor. Sí, me expresaré. A mí, y cuando leo libros antiguos, por
ejemplo, me produce una extraña sensación. Imagino que habrán tenido muchos
otros dueños antes que yo. ¿De quién habrá sido este libro?, me pregunto.
Estoy convencido de que los libros viejos tienen algo
especial, como si tuvieran alma. Como si guardaran el secreto de todos aquellos
que los habían poseído con anterioridad. Porque cuando se lee un libro, en su
lectura ponemos parte de nosotros mismos, de nuestra esencia, de nuestra alma,
y el libro se impregna de ella.
Las palabras se mezclan con los pensamientos del que lo está
leyendo y lo transforman. Por eso, un libro nunca es igual a otro, aunque sea
el mismo ejemplar y la misma edición. Cuando salen de la imprenta sí son todos
iguales, pero en el momento en el que alguien los lee adquieren una vida
propia. Los libros se crean para leerse, no para estar en una biblioteca
apilados. A mí me gusta dejar libros, aún a costa de saber que seguramente no
me los devolverán. Al menos tengo la costumbre de firmarlos en el mismo momento
en que los compro, así siento que siempre serán de mi propiedad.
También me gusta que mis amigos me prestaran otros, ya que
es como si me entregasen una pequeña parte de sí mismos. Y es entonces cuando
siento que ese libro vuelve a recuperar otra vida, vuelve a vivir, fluye por la
vida de los demás.
M.M.
M.M.