domingo, 22 de septiembre de 2013

Siempre se contagia lo peor.

Un estúpido puede convertir a millones de seres en estúpidos en cuestión de días o de meses, pero difícilmente un sabio convertirá a mucha gente en sabio.
Y en cualquier caso, el proceso será siempre más lento y más costoso. Basta observar como una estúpida televisión, en manos generalmente de tipos estúpidos, está convirtiendo este país en un país de estúpidos que miran embobados a una caja cada día más tonta.

He llegado a esa edad en la que uno puede permitirse el lujo de decir libremente lo que piensa, (siempre que haya para las lechugas y los tomates).
Y para empezar pienso que hay demasiados hijos de puta sueltos por el mundo. Las cosas no están como están por casualidad ¿O tú qué te creías?

Detrás de cada canallada hay un canalla. Detrás de cada golfería hay un golfo. Detrás de cada crimen contra el hombre o contra la naturaleza hay un mal bicho, hijo de mala madre aunque su madre sea una santa.

La fama es el rumor que te sigue a cuatro metros de espalda. Hay famosos que nunca desearon serlo. Que hubieran dado el reino de su éxito y poder, para que el rumor de su fama les persiguiera a muchos kilómetros de sus espaldas. Aspiraban a vivir entre los mortales en la normalidad del anonimato y en el olvido voluntario de la taberna y en el mus con los amigos. Eso, paradójicamente, los hacía aún más grandes y especiales. Humanizaba su grandeza y engrandecía su vanidad.

Pero no siempre es así.

Hay gente famosa y gente con éxito. Un famoso puede serlo pese a su voluntad. Son famosos, por ejemplo los asesinos más brutales, porque logran salir del anonimato gracias a su salvajismo. El éxito en cambio es la consecuencia del talento, la disciplina y el trabajo.

Hoy tenemos más famosos que triunfadores. Hoy hay famosos que lo son porque la estupidez, lo grotesco, lo burdo y lo falso, siempre tiene quien le escriba y quien le vea. Para esto no hace falta ni talento, ni disciplina, ni trabajo, solo un rostro impenetrable, una vanidad psiquiátrica y una ambición enfermiza.

Cuando hablas con ellos, con estos famosos sin oficio, descubres su levedad, que puede ser, incluso más severa que su frivolidad. Por eso evitan situaciones de verdad , encuentros sinceros, entrevistas sin trampas ni cartón. Saben lo que pueden dar de sí y no desconocen que su fama es un globo rodeado de alfileres, que puede explosionar con un movimiento falso.

En realidad no son mejores que la fama que les antecede y bien se podría decir de estos divos y divas, tan meteorológicos que viven en las nubes de su insolvencia, de su fama, y que tienen la brevedad de la cocaína. El éxito, al menos, dura un poco más.