viernes, 21 de junio de 2013

Insultos de hombres educados.

Yo no lo presencié, pero es igual.

- A mi juicio, señor, usted carece de los más elementales principios de educación.

- Los juicios son muy subjetivos, y de la misma forma que usted tiene esa opinión de mí, yo creo que usted, en su vida, atenta contra el Séptimo Mandamiento..

- Eso no deja de ser un juicio temerario por su parte, así como también puede serlo por la mía, al decirle que le considero carente de arrojo, denuedo y, por ende, valentía.

- Si tenemos en cuenta la enorme influencia de la sangre paterna en nuestra propia idiosincrasia, es muy fácil para mí suponer que su ascendiente más cercano no pertenece a una raza pura, sino, por el contrario, mixtificada y turbia.

- Créame, señor, pero noto dentro de mí algo así como un deseo que propende a causarle un deterioro parcial de su faz.

- Eso sería factible si usted, como ente normalmente constituido, fuese capaz de llevarlo a efecto, arrastrando las consecuencias que como furiosa reacción brotasen en mí.

- Dígame una cosa sinceramente, si es que de ello se considera capaz: ¿no le produce angustia pensar que la cantidad de hormonas masculinas con que cuenta usted asciende a un número ridículamente escaso?

- La verdad, nunca he pensado en ello, pero aunque ese aserto tuviera verosimilitud, considero aún más angustioso el caso de usted, el cual consiste, según rumores, en la tácita anuencia que usted proporciona a su cónyuge, para que ella nade en la abundancia de veleidades, escarceos y ángulos semejantes.

- Estamos llegando a un punto, señor mío, en el que quizá lo más sensato sea que salgamos a la calle y midamos nuestras fuerzas físicas, intercambiando una serie de golpes y daños que terminen con esta acalorada discusión.

- Verdaderamente sería lo más justo y práctico, ya que yo, por mi parte, anhelo fervientemente, practicar en usted el homicidio.

-Ése es justamente mi deseo.


-¡Pues ya puedes ir saliendo, porque te voy a partir la boca!