sábado, 1 de agosto de 2015

A MI PADRE.

El entramado verbal de la conversación de mi padre con la participación de amigos en el bar del pueblo que él regentaba, iba dirigido siempre de modo  principal a su pueblo como objeto destacado de sus palabras y de sus afectos.

Las anécdotas, los sucedidos, los casos desgraciados o afortunados, los personajes, las costumbres, las emociones que nos unen a los del pueblo, encontraban en la conversación de mi padre una formulación nueva y de plurales aspectos que enriquecen nuestra convivencia y nuestra manera de vivir, pues un pueblo no es sólo el conjunto de sus calles y sus edificios ni solamente los humanos que lo habitan sino que es también este tejido verbal que, constantemente, lo explica y lo define y lo hacen entender mejor a los propios y adecuadamente a los ajenos.

Mi padre llegó a ser una especie de intérprete en su pueblo, un comentarista de su espíritu, algo así como portavoz y referencia del pueblo tan querido.

En una reciente visita al pueblo después de su muerte, encontré a una persona que, al saber quií﷽﷽﷽﷽﷽﷽﷽﷽l que va allopcurr todas ellas me sentçia acogido como si fuera uno de sus clientes ms propios y adecuadamente a los aén era yo, me dijo: "Las ocasiones en las que me encontré con tu padre en su bar no fueron numerosas como a mí me hubiera gustado, pero en todas ellas me sentía acogido como si fuera uno de sus clientes más importantes”.

Y esto es algo que le ocurría a todo el que iba allí, porque una de sus características desde el punto de vista profesional era que se desvivía por atender igual de bien a sus amigos más cercanos y a sus clientes más fieles que a los que pisaban su bar por primera vez, porque sabía muy bien que como mejor se muestra la hidalguía es tratando de agradar a los demás sin caer en el servilismo.

El perfil personal de mi padre tenía un conjunto de rasgos que le hacían ser querido, respetado y admirado por propios y extraños: autenticidad, don de gentes, cordialidad, sentido paradigmático de la hospitalidad, del humor, del respeto y de la amistad, corrección en el trato, sensibilidad, etc.; y siempre estaba dispuesto a hacer cualquiera de las que él dominaba: agradar, servir y entretener. Él decía, como Platón, que no había que dejar crecer la hierba en el camino de la amistad.

No debemos olvidar que allá por el siglo XX, por fijar una fecha redondeada, la taberna o tabanco eran lugares de relación personal y de transmisión de pensamientos. Y que eran sitios obligados si uno quería tener una aproximación directa del acontecer humano. Los tiempos han cambiado y esos templos de la conversación improvisada han sido abolidos por la prisa y la aparición de un nuevo concepto de vida y relación.

Tantos amigos, le profesaron su cariño y admiración por ser quien era o, quizás, por ser como era o por las dos cosas a la vez.