En este tremendo festín de complicaciones en las que nos vemos inmersos en la actualidad, donde nos empeñamos en hacer difícil aquello que es simplemente sencillo, donde vamos mirando hacia abajo casi por inercia, donde siempre vamos deprisa sin tenerla....., en este trajín, como decía, hay que buscar siempre un momento de parada para “valorar” todo esto, y poner cierto orden en nuestras vidas para no llegar a ser verdaderos autómatas.
A veces, aunque parezca increíble, hacen falta ciertos pretextos para efectuar esta “parada”, y a mí, en estos momentos, me ha servido un reciente e-mail de un compañero de andanzas que ha terminado ya sus años de trabajo en la empresa.
Me viene a la mente que, en cierta ocasión, le telefoneé porque me enteré de la enfermedad de un familiar suyo muy cercano. Me explicó la situación en esos momentos difíciles. Sin embargo, por aquello de la inercia a la que antes hacía mención, cuando terminó su explicación me dijo que, en qué podía atenderme.
No dejaba de asombrarse cuando le indiqué que el motivo de mi llamada era, precisa y sencillamente, saber de su familia y de su estado de ánimo y que nada tenía que ver con el trabajo.
Y es que, desafortunadamente nos olvidamos con frecuencia del compañero, del amigo, del colaborador. Tendemos a pensar en esta carrera cuya meta nadie sabe bien donde está y que, al final, si no nos detenemos de cuando en cuando para “valorar” nuestro alrededor, como antes decía, habremos dejado de saborear parte de los mejores años de nuestro vivir.
viernes, 30 de noviembre de 2007
Una parada
Tres minutos
En cierta ocasión me pidieron preparar un trabajo en TRES MINUTOS. Es clara evidencia, a mi entender, de que no es tan importante su contenido, sino más bien el desarrollo del mismo sobre papel o su locución caso de ser oral. Claro que, ello va ligado sobremanera al número de personas que vayan a presentar un trabajo de las mismas características de duración.
Ello me recuerda una anécdota que una vez leí, sobre un pleno del Congreso, al principio de nuestra democracia, cuando un diputado se excedió en el tiempo que el Reglamento concede para su intervención, encendiéndose dos veces el semáforo que tiene sobre el atril.
El presidente de la cámara le llamó la atención al orador, y éste replicó. - Déjeme el señor presidente TRES MINUTOS más, pues estas cosas no se han podido decir durante cuarenta años. Y el presidente le contestó: - Si todos los que no han podido hablar durante cuarenta años lo hicieran durante TRES MINUTOS, no terminaríamos.
Posiblemente esté equivocado en mi exposición. Claro que, en mi caso, era la primera vez que me pedían presentar un tema a mi elección en un tiempo determinado, (TRES MINUTOS), pero sin embargo es curioso comprobar que, cuando se me ha puesto un límite de tiempo a un trabajo (TRES MINUTOS), se me ha atrofiado al pensamiento a la hora de elegir el tema, pues me lo he pensado mucho, encontrando varios temas, aunque sin decisión. Creo que sería muy diferente si, al contrario, se hubiese especificado un tema concreto donde, aparentemente, todo hubiese sido más sencillo, aunque, por otra parte, estoy seguro que me habría pasado como al orador del congreso; hubiera pedido a quién correspondiese un poco más de tiempo, posiblemente TRES MINUTOS.