Como si fuera un reloj, su período de
gestación fue perfecto. Perfecto fue su comportamiento, pues ni siquiera le
hizo pasar malos ratos a su madre. Perfecta y delicada fue también en las
fechas en que fue anunciada su llegada. Perfecto es su cuerpecito tierno y
divino. Esto hizo que su familia se volcase enteramente en ella.
Como buen observador he tenido la
complacencia de fijarme en los rostros de sus padres, de su familia, que no es
corta, y en ellos se reflejaba tanta felicidad que hasta cuesta trabajo
definirla.
Todos teníamos ansias por ver las carita
de la nueva princesa que nos venía del cielo. Sus primitos, que ya llevaban
tiempo besando a Inés desde antes de nacer, se mostraban nerviosos a la vez que
expectantes ante algo que, para ellos, suponía algo nuevo, algo que les atañía
como muy cercano, como si presintiesen que iban a conocer algo propio.
Y así fue como vino nuestra pequeña Inés,
mi nieta. De una forma sencilla y humilde y que, instantáneamente se vino a colocar,
ya de por vida, en el corazón de todos los que la amamos.