Es interesante, cuando menos, comprobar el escepticismo que muestran aquellas personas que no dominan el mundo de Internet y no digamos ya, del ordenador como tal.
El “escéptico” observa y opina desde una situación cómoda. No se preocupa de informarse aunque sea mínimamente, de qué es eso. Cuando lee o recibe noticias de que a través de Internet se han prostituido personas, que se venden fármacos sin escrúpulos, se comercia con el sexo de cualquier edad, se rompen matrimonios o cualquier otra noticia negativa, éste se alimenta de eso para después despotricar sobre la red de redes, llegando, incluso, a insultar al que sí conoce este mundo.
El “escéptico” ataca y ataca sin piedad. Lo hace de forma que el oponente no pueda defenderse. Sencillamente no le deja hablar. No oye su opinión.
Sin embargo este tipo de persona, ya sea en el entorno de sus amistades o en el de su propia familia, sí ha tenido, digamos, la “necesidad” de utilizar la red: cuando quiere saber ofertas para vacaciones, cuando quiere saber qué síntomas tiene tal enfermedad, cual es la nota que ha obtenido alguien de los suyos en la Universidad, buscar algo que hable de un tema en concreto que le preocupa o por el que tiene curiosidad, o bien qué cuenta un familiar que está lejos.
En fin tantas y tantas cosas (millones) de las que nos podemos beneficiar. Y no hablemos ya de la interconexión entre personas de todo el mundo.
Pero la enmienda es muy difícil de llevar a cabo con este tipo de personas que, a medida que va despotricando de lo que no conoce se va volviendo cada vez más detestable. No solo practica la política de oídos sordos, sino que todos ellos ya tienen preparada la misma respuesta a la pregunta de: ¿por qué no te preocupas de saber algo aunque sea un poco, de este mundo virtual?
-No, a mi se me dan muy mal esas cosas.
¡¡Pues no opine, y deje de despotricar, caramba!!
lunes, 7 de diciembre de 2009
lunes, 30 de noviembre de 2009
UNOS DIAS DE RELAJACIÓN
A dos millones de años luz de mi casa hay un balneario de aguas termales que he visitado recientemente. Y digo a esa distancia, porque todo lo que sea disponerse a salir de una Isla supone, en términos metafóricos, recorrer una distancia infinita. Así como para los que viven en la península supone una salida el desplazarse de una ciudad a otra, el efectuar el mismo trayecto desde una Isla suele ser más bien un viaje, pues forzosamente hay que viajar en barco o en avión.
El lugar no está mal. Como casi todos estos establecimientos, procuran estar apartados y lo dotan de la mayor tranquilidad y sosiego posible para sus clientes y visitantes. Todo tiene su horario. Los diferentes servicios que ofrecen así lo tienen programado. El centro médico, los enfermeros, los especialistas en dietética y masajes, el restaurante, el kiosco de prensa, en fin, todo.
Ah, también los pajaritos pían de 6,30 a 8 de la mañana y de 7 a 8,30 de la tarde. Sé bien lo que digo porque mi habitación daba justamente enfrente de la arboleda del paseo, y puedo asegurar que es precioso y tremendamente agradable el oír su cantar al despertar así como que sea su piar el primer sonido que recibas por la mañana.
¿A que ha quedado bonito lo que he dicho anteriormente sobre los pájaros? Bueno, pues, por el contrario, confirmo que otra cosa distinta es que 200.000.- pájaros (uno más o uno menos, tampoco vamos a discutir) piando al mismo tiempo sobre el mismo árbol, alrededor de hora y media y justo delante de tu balcón, tiene guasa. Eso no hay capacidad humana para aguantarlo. Y eso que le eché al asunto todo el amor que tengo hacia algunos animales. Pero ni eso fue capaz de calmarme los nervios en ese momento.
El ambiente en general es muy saludable. Antes de continuar debo decir que mi mujer y yo éramos los más jóvenes. De hecho nos podían confundir con unos chavalillos paseando entre los allí acomodados.
El ciclo de edad era superior, pero, además, la mayoría iba por necesidades puramente médicas o de tratamientos termales. Nosotros acudimos simplemente por relax. Los últimos acontecimientos en mi familia hacían del todo necesario estos días de paz y tranquilidad.
Han sido unos días realmente tranquilos en los que se puede decir que hemos conseguido el fin que perseguíamos. Posiblemente lo repitamos. No obstante, y en honor a la verdad, debo decir que la convivencia de estos días con las personas mayores, al margen de sus múltiples y variadas dolencias, ha sido gratificante.
La procedencia de estas personas era muy dispar, y sin embargo, ello no ha sido óbice para encontrar en ellas uno de los tesoros más preciados y que hoy día está escaseando. Me refiero a la educación.
He vuelto a revivir aquellas viejas “normas” de la educación. De aquella educación que se practicaba a nivel de calle. Con qué gusto te dicen “buenos tardes” cuando pasan a tu lado. “Buenos días” o “buenas noches” a la entrada en el comedor. O como cuando necesitan usar una silla y te la piden porque la que está en tu mesa está libre, pues lo hacen con el debido respeto y tratando de usted a quien no conoce. O simplemente te obsequian con una leve sonrisa cuando los cruzas por tu camino.
Estos detalles, que se multiplican a diario en estos sitios, son los que me hacen pensar que la juventud de estos tiempos que corren –generalizando, naturalmente- no está precisa y tristemente en esta línea. Mucho miedo me da que con esta o quizás las próximas generaciones se pierda esto que, a todas luces, son las normas más elementales de la convivencia humana.
Y la paradoja de todo esto es que, la mayoría de estas personas mayores a las que me refería no han tenido, en su gran mayoría, oportunidad de ir a la escuela. Esas viejas “normas” la han aprendido de sus padres, de lo que vieron, de lo que le dijeron, de la vida. No como ahora, que todo el mundo civilizado está escolarizado y con centros de altos niveles.
El lugar no está mal. Como casi todos estos establecimientos, procuran estar apartados y lo dotan de la mayor tranquilidad y sosiego posible para sus clientes y visitantes. Todo tiene su horario. Los diferentes servicios que ofrecen así lo tienen programado. El centro médico, los enfermeros, los especialistas en dietética y masajes, el restaurante, el kiosco de prensa, en fin, todo.
Ah, también los pajaritos pían de 6,30 a 8 de la mañana y de 7 a 8,30 de la tarde. Sé bien lo que digo porque mi habitación daba justamente enfrente de la arboleda del paseo, y puedo asegurar que es precioso y tremendamente agradable el oír su cantar al despertar así como que sea su piar el primer sonido que recibas por la mañana.
¿A que ha quedado bonito lo que he dicho anteriormente sobre los pájaros? Bueno, pues, por el contrario, confirmo que otra cosa distinta es que 200.000.- pájaros (uno más o uno menos, tampoco vamos a discutir) piando al mismo tiempo sobre el mismo árbol, alrededor de hora y media y justo delante de tu balcón, tiene guasa. Eso no hay capacidad humana para aguantarlo. Y eso que le eché al asunto todo el amor que tengo hacia algunos animales. Pero ni eso fue capaz de calmarme los nervios en ese momento.
El ambiente en general es muy saludable. Antes de continuar debo decir que mi mujer y yo éramos los más jóvenes. De hecho nos podían confundir con unos chavalillos paseando entre los allí acomodados.
El ciclo de edad era superior, pero, además, la mayoría iba por necesidades puramente médicas o de tratamientos termales. Nosotros acudimos simplemente por relax. Los últimos acontecimientos en mi familia hacían del todo necesario estos días de paz y tranquilidad.
Han sido unos días realmente tranquilos en los que se puede decir que hemos conseguido el fin que perseguíamos. Posiblemente lo repitamos. No obstante, y en honor a la verdad, debo decir que la convivencia de estos días con las personas mayores, al margen de sus múltiples y variadas dolencias, ha sido gratificante.
La procedencia de estas personas era muy dispar, y sin embargo, ello no ha sido óbice para encontrar en ellas uno de los tesoros más preciados y que hoy día está escaseando. Me refiero a la educación.
He vuelto a revivir aquellas viejas “normas” de la educación. De aquella educación que se practicaba a nivel de calle. Con qué gusto te dicen “buenos tardes” cuando pasan a tu lado. “Buenos días” o “buenas noches” a la entrada en el comedor. O como cuando necesitan usar una silla y te la piden porque la que está en tu mesa está libre, pues lo hacen con el debido respeto y tratando de usted a quien no conoce. O simplemente te obsequian con una leve sonrisa cuando los cruzas por tu camino.
Estos detalles, que se multiplican a diario en estos sitios, son los que me hacen pensar que la juventud de estos tiempos que corren –generalizando, naturalmente- no está precisa y tristemente en esta línea. Mucho miedo me da que con esta o quizás las próximas generaciones se pierda esto que, a todas luces, son las normas más elementales de la convivencia humana.
Y la paradoja de todo esto es que, la mayoría de estas personas mayores a las que me refería no han tenido, en su gran mayoría, oportunidad de ir a la escuela. Esas viejas “normas” la han aprendido de sus padres, de lo que vieron, de lo que le dijeron, de la vida. No como ahora, que todo el mundo civilizado está escolarizado y con centros de altos niveles.
martes, 17 de noviembre de 2009
Cantinflas
Este sí que era un humorista de los pies a la cabeza. Personaje, sin duda, que apareció al principio como despistado y bobalicón, pero que después fue convirtiéndose en un espabilado muy ocurrente y genuino.
Si hubiese sido presidente del gobierno de su país, sería más sonriente y alegre. Confiaría en las personas que son más inteligentes que él. Le preocuparía que sus conciudadanos fueran felices.
Sería un hombre de diálogos rápidos, situaciones chocantes. Trataría los asuntos de estado con humor procaz y simplista, en lugar del humor pobre y soez que se practica hoy día y que parece que está en boga.
Porque yo pienso que el humor está en la situación, no en la manera de contarlo o escribirlo. No sé donde leí una vez que el humor no se busca haciéndolo. El humor sobrevuela. Pero este hombre al que todo el mundo quiso, tanto en la pantalla como fuera de ella, se arrancaría la cabeza antes de que las colas del desempleo creciesen.
Sabría en todo momento establecer un orden de prioridades sin utilizar para ello papel ni lápiz. Sabría, porque así creció, que en la educación y formación de las personas está la solución a los muchos problemas que padecemos hoy día.
Pero, claro, estas decisiones las tomaría siendo, como fue, un humorista, actor y benefactor. No un político.
Si hubiese sido presidente del gobierno de su país, sería más sonriente y alegre. Confiaría en las personas que son más inteligentes que él. Le preocuparía que sus conciudadanos fueran felices.
Sería un hombre de diálogos rápidos, situaciones chocantes. Trataría los asuntos de estado con humor procaz y simplista, en lugar del humor pobre y soez que se practica hoy día y que parece que está en boga.
Porque yo pienso que el humor está en la situación, no en la manera de contarlo o escribirlo. No sé donde leí una vez que el humor no se busca haciéndolo. El humor sobrevuela. Pero este hombre al que todo el mundo quiso, tanto en la pantalla como fuera de ella, se arrancaría la cabeza antes de que las colas del desempleo creciesen.
Sabría en todo momento establecer un orden de prioridades sin utilizar para ello papel ni lápiz. Sabría, porque así creció, que en la educación y formación de las personas está la solución a los muchos problemas que padecemos hoy día.
Pero, claro, estas decisiones las tomaría siendo, como fue, un humorista, actor y benefactor. No un político.
martes, 27 de enero de 2009
El triángulo.
En el singular triángulo de las Bermudas andaluz, cuyos vértices ocupan Cádiz, Sevilla y Huelva, no es lo mismo tener gracia que ser un gracioso. Ser un gracioso, y subrayo el artículo indeterminado, es igual que ser un malage (mal ángel), un tío atravesado y poco de fiar. Por aquí abajo a mano izquierda, cuando de alguien se dice que es un gracioso, el sentido peyorativo está servido. Y sin embargo, cualquier ciudadano puede sentirse halagado cuando de él se comenta: ¡Qué gracia tiene el hijo de la gran puta! Curiosa semántica.
En el triángulo que he trazado, la gracia, cuando la hay, es finísima y muy profunda. Tan fina como el humor inglés, y tan profunda como la filosofía china. Un lord británico discípulo de Confucio, sería incapaz de pronunciar una sentencia tan sutil y tan rotunda como cualquiera de las muchas que en un momento dado pueda florecer en un ángulo del triángulo.
Un gaditano, un sevillano o un huelvano con gracia, son capaces de reírse, o mejor, sonreírse sin ánimo de molestar, no ya de su propia sombra, sino de su propia muerte. Lo cual es la quintaesencia de la espiritual finura.
En el triángulo que he trazado, la gracia, cuando la hay, es finísima y muy profunda. Tan fina como el humor inglés, y tan profunda como la filosofía china. Un lord británico discípulo de Confucio, sería incapaz de pronunciar una sentencia tan sutil y tan rotunda como cualquiera de las muchas que en un momento dado pueda florecer en un ángulo del triángulo.
Un gaditano, un sevillano o un huelvano con gracia, son capaces de reírse, o mejor, sonreírse sin ánimo de molestar, no ya de su propia sombra, sino de su propia muerte. Lo cual es la quintaesencia de la espiritual finura.
sábado, 10 de enero de 2009
Pásalo.
Anoche me tomé una pastilla para tranquilizarme y poder dormir mejor. Lo hago muy de tarde en tarde, cuando realmente el cuerpo me lo pide. Me levanto esta mañana fresco como una lechuga, me ducho, me afeito y me voy al bar del barrio a tomarme un café y leer el diario local que ofrece el bar a sus clientes.
No habían pasado ni diez minutos, y ya necesitaba otra pastilla. Esta era de pura necesidad y urgente. Empecé leyendo política y veo guerras y sangre en primera fila. En ellas, dolor y muerte. Al lado un anuncio de Ikea.
Paso a páginas de sociedad. ¡Amigo! Con la iglesia hemos topado. Una tía con la cara operada trescientas veces que roza la monstruosidad. La ex-mujer de un torero, hortera a más no poder, diciendo horteradas. Un alcalde ladrón dando lástima. Alguien que dice que una tal Ana Rosa es muy humilde.
Paso página de nuevo y miro los sucesos. La vuelvo a pasar en cuanto veo algo que empieza por: "acuchillado/a cuando se dirigía a...". En ese momento me traen el panecillo y el café.
Echo el aceite a la tostada y disuelvo el azúcar en el café. Abro de nuevo el Diario y prosigo en el capítulo de anuncios. Cerca de tres páginas enteras de gente pidiendo trabajo y vendiendo cosas.
Doy un sorbo al café y veo de reojo que las siguiente páginas están repletas de servicios de señoritas malas -o buenas, según se miren- donde caben hasta travestís.
Por fin llego a la siguiente página y me encuentro con una enorme esquela en la que se me informa de una defunción -esta vez, un conocido-.
Ahí desisto ya de continuar. Cierro el diario y lo pongo encima de la mesa. Doy un bocado al panecillo intentando olvidar lo leído para no deprimirme.
-Disculpe, ¿ese Diario es del bar? - me dice un fulano al acercarse a mi mesa.
-Sí, lléveselo.
No habían pasado ni diez minutos, y ya necesitaba otra pastilla. Esta era de pura necesidad y urgente. Empecé leyendo política y veo guerras y sangre en primera fila. En ellas, dolor y muerte. Al lado un anuncio de Ikea.
Paso a páginas de sociedad. ¡Amigo! Con la iglesia hemos topado. Una tía con la cara operada trescientas veces que roza la monstruosidad. La ex-mujer de un torero, hortera a más no poder, diciendo horteradas. Un alcalde ladrón dando lástima. Alguien que dice que una tal Ana Rosa es muy humilde.
Paso página de nuevo y miro los sucesos. La vuelvo a pasar en cuanto veo algo que empieza por: "acuchillado/a cuando se dirigía a...". En ese momento me traen el panecillo y el café.
Echo el aceite a la tostada y disuelvo el azúcar en el café. Abro de nuevo el Diario y prosigo en el capítulo de anuncios. Cerca de tres páginas enteras de gente pidiendo trabajo y vendiendo cosas.
Doy un sorbo al café y veo de reojo que las siguiente páginas están repletas de servicios de señoritas malas -o buenas, según se miren- donde caben hasta travestís.
Por fin llego a la siguiente página y me encuentro con una enorme esquela en la que se me informa de una defunción -esta vez, un conocido-.
Ahí desisto ya de continuar. Cierro el diario y lo pongo encima de la mesa. Doy un bocado al panecillo intentando olvidar lo leído para no deprimirme.
-Disculpe, ¿ese Diario es del bar? - me dice un fulano al acercarse a mi mesa.
-Sí, lléveselo.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)