La mañana aparecía apacible en un
primer momento. El sol era como un ligero bálsamo de calor en la cara brillante
de Santiago. Se buscó una esquina por donde el paso de la gente fuese más
intenso. Allí mismo se procuró un trozo de manta para que al sentarse en el
suelo le fuera más cómodo. Santiago puso un pequeño cestito de mimbre para que
la gente pudiera depositar sus limosnas. No era necesario explicarle a ningún erudito
y riguroso sapiens, que él era ciego.
Santiago seguía en aquella esquina y
se quedaba dormido por momentos. Llevaba más de media jornada y aún nadie tuvo
una mísera moneda para poner en su cesto. Así se encontraba cuando se acercó un
chico y le puso una botellita de agua justo al lado de su mano. El ciego se lo agradeció
infinito. Y sin preguntar ni cruzar palabra alguna, le dijo a su benefactor:
- ¿Cómo te llamas? Pablo -le contest ó.
- ¿Llevas una foto de ella? -le preguntó
de nuevo.
Pablo se asombró ante esa pregunta. De
hecho hubo un momento en el que no supo bien a qué foto se refería.
-No entiendo bien lo que quiere, buen
hombre -le dijo.
¿Tienes una foto de tu amada? Le volvió
a requerir.
El muchacho no sabía bien lo que
realmente andaba buscando el ciego. Pero no tuvo inconveniente, pensó que al
fin y al cabo no podía ver.
Le alcanzó a poner en sus manos una
foto, apenas del tamaño carnet, pequeña, casi descolorida por su uso y custodia.
Pablo se sentó justo a su lado y pudo
comprobar lo que el ciego quería hacer con esa foto, con su foto, con la foto
de su amada.
De pronto, observó que el ciego, con
su manos ya envejecidas, arrugadas y hasta mal cuidadas, delimitaba el contorno
de la fotografía. La trataba con una delicadeza propia de cuando se contornea
una vajilla de altísimo valor.
Sus dedos, alargados y menudos, fueron
pasando ya al interior de la foto. Y se iban acercando al rostro de aquella
mujer. Santiago, sin embargo, tenía la cara girada hacia a un lado como cuando
uno quiere prestar atención con el oído.
-Sí, la veo –fueron las primeras
palabras del ciego. Hummm es realmente bella. Tiene pelo corto y algo ondulado.
Es muy sensible, tierna, adorable.
A medida que el ciego iba relatando lo
que realmente veía a través de su dedos, Pablo notó que estaba temblando. No
daba crédito a lo que estaba viendo y oyendo.
-No es posible –se dijo.
El ciego continuó:
- No es muy alta, pero alcanza todo lo
que se propone. En este momento empieza a ser feliz. Ella tiene un don que es
el de la felicidad procurada, la que se busca, la que se persigue, la que se
guarda, la que se consigue no sin sufrimiento. Veo, que tiene una nariz preciosa,
un delicado rostro con alguna que otra arruguita caprichosa cerca de la
comisura de sus labios. Sus dientes… su dientes destellan amor y por amor entiende
ella que es todo lo que tenga ver contigo. Sus ojos tienen la suerte de que unos
lindos párpados los cuide, y por ello son párpados afortunados. Son, los suyos,
ojos como una fuente cristalina cuyas aguas, al caer, lloran perlas.
- Perdone, pero eso no es posible. No es
posible lo que estoy viviendo. –Le espetó el muchacho.
- No me interrumpas, Pablo, por favor.
Además, a juzgar por la expresión de su cara, seguro que la hizo pensando en
alguien que, al pasar por esa foto se prendara, se cautivara.
Pablo, quedó enmudecido y diciendo
para sí que aquello no podía ser un truco de magia, ni nada sobrenatural.
Aquello, lo que acababa de oír, ver y hasta sentir, era fruto de un amor que él
le profesa a ella y también de un
sentimiento que rezumaba amor por
doquier.
Al levantarse, Pablo tomó de nuevo la
foto y le dijo: Gracias a Dios que le he encontrado, buen hombre. Me voy a
sabiendas de que teniendo yo ojos para ver, ha sido usted quién realmente la ha
visto tal y cómo es.
No hay comentarios:
Publicar un comentario