miércoles, 9 de julio de 2014

UN PINTOR.

No diré el nombre del artista, porque el lector perspicaz sin duda lo adivinará a lo largo de la lectura de este trozo de historia auténtica. Nuestro pintor tenía, desde pequeño, la obsesión de ser el autor de la obra pictórica más genial que contemplaran los siglos.

Día a día, noche a noche, trazaba sobre la arena el lugar inhóspito en que habitaba, un boceto tras otro boceto, usando como instrumento una varita de fresno. Tras largos años bosquejando sin tregua, su obra maestra estaba perfectamente diseñada, lista para ser llevada a su soporte definitivo.

El pintor, arrebatado, no contaba, sin embargo, con los materiales idóneos y suficientes. Carecía de fortuna, como toda su familia y todas sus amistades. Corrían tiempos de escasez histórica. Nuestro artista se las apañó para fabricar sus propias pinturas, a base de imaginación y pigmentos vegetales.

Una templada mañanita de otoño, cogió sus avíos y dio comienzo a la obra. No tardó más de tres días en darla por terminada. Y el pintor irrepetible, contempló con orgullo el cuadro que jamás será superado. En tonos rojo y negro, representaba un bisonte, estampado para la posteridad sobre un rocoso lienzo de una cueva de Altamira.

1 comentario:

es dijo...

Es uno de tus escritos mas bellos,Manuel!