Todos sabemos que nuestra sociedad -es
decir, nosotros- estamos inmersos en unos comportamientos y costumbres que, sin
proponérnoslo, aplicamos con absoluta impunidad en la vida diaria para con los
demás.
En esta ocasión me voy a referir a las
visitas a enfermos en los hospitales. Y para no herir susceptibilidades hablo de
mi propia experiencia.
Cuando estuve ingresado recibía visitas
de amigos que, curiosamente, tenían todos el mismo argumento: -Caray, me lo
dijeron ayer y he venido enseguida. No lo podía creer. ¿Y qué es lo que te ha
pasado realmente?
Yo: - El caso es que estaba paseando
cuando de pronto empecé a sentir un dolor en el costado que…
El visitante te interrumpe sin
miramientos.
Visitante: -Pues mira, mi cuñada tuvo exactamente
lo mismo que tú y …
Acto seguido me cuenta la historia completa
de su cuñada con toda clase de detalles. A continuación me dice que se tiene
que ir porque está muy liado.
En resumen, que se ha ido sin saber el
motivo de mi dolencia a pesar de, no sólo de venir a visitarme, sino también de
habérmelo preguntado. Yo, sin embargo, me he enterado de todo lo ocurrido a su
cuñada.
Y como este amigo, casi todos los
visitantes actuaban de la misma forma, o al menos con el mismo patrón. Aunque
hay algunos que, sin escrúpulos, rematan la faena diciendo que el enfermo del
que habla falleció.
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