jueves, 11 de marzo de 2010

SOBRE LOS OFICIOS.

Muchas veces me pregunto por qué accederán algunas personas a realizar ciertos oficios: qué es lo que motiva a un sepulturero, por ejemplo, a hacer unas oposiciones para trabajar en un cementerio; qué atractivo tiene ser médico forense; ¿disfruta un mamporrero (hombre que dirige el miembro del caballo en el acto de la generación) ejerciendo su labor?, y a un actor de películas pornográficas ¿qué puede empujarlo a aceptar un trabajo de ese tipo?

El primer caso al que me he referido es de lo más particular, pues un sepulturero tiene que estar psicológicamente muy bien preparado para desempeñar su oficio. En el ámbito laboral, sus aspiraciones son indirectamente proporcionales al tiempo que lleve trabajando, pues cuanto más antiguo sea, en vez de ascender, más veces habrá descendido (a un nicho o a un panteón). Además no se puede decir de ninguno que empezara enterrando ancianos en nichos populares para terminar sepultando fiambres de sangre azul en panteones familiares. En este negocio todos los clientes terminan siendo atendidos por el mismo personal.

En lo sindical lo tienen peor que el que trabaja en un banco, pues en un cementerio son miles de compañeros de trabajo los que tiene un sepulturero y, sin embargo, ninguno de pronuncia ante una mejora económica o laboral, ni mucho menos participan en huelgas ni manifestaciones.

En lo que se refiere a la persona, debe ser muy desagradable oír a un enterrador hablar en la mesa cómo le ha ido el día. A los amigos y familiares siempre les queda como defensa esa frase que dice:”cómete la comida y vete con todos tus muertos”.

Aunque en lo sentimental donde lo tienen más difícil, pues si un sepulturero le regala flores a su pareja, ésta siempre puede pensar que las ha robado de una tumba. O si va a recogerla con el coche del trabajo, imagínense qué mosqueo.

Otro que se las trae, y que también puse antes como ejemplo, es el médico forense: nunca me he explicado cómo una persona, después de estudiar seis años de medicina general, cuando decide hacer la especialidad emplea tres años más de estudios para pasarse toda una vida, ocho horas cada día, rodeado de muertos.

Con lo bien que se lo tiene que pasar un ginecólogo cada mañana. Con la de tías en pelotas que ve un tocólogo. Con la de culos que ve un simple practicante o enfermero. Cuando una persona decide estudiar más que nadie, pues la carrera de medicina no es ninguna perita en dulce, es para tener un trabajo de lo más cómodo y grato posible. Por eso decía que no me explico cómo algunos optan por ciertos oficios.

Aunque si hay alguien a quien admiro y venero, por el valor y el sacrificio que debe suponer ganarse el pan de esa forma, es al exorcista. Éste sí que es un oficio duro y complejo. Y por qué digo esto: por ejemplo, a un fontanero lo dejamos entrar en casa porque cuando una cañería se nos revienta o se nos atasca, es obvio que es la persona más indicada para arreglarla.

Sin embargo, en los espíritus no cree todo el mundo. Hay mucha gente que es “escéptica”, que es una palabra muy complicada de aprender y pronunciar, pero que en el momento en que uno le toma el pulso suena muy culta:”escéptica”, que viene a decir algo así como que “si no lo veo no lo creo”.

A mí con los espíritus me ocurre como con los billetes de quinientos euros, que como no he visto ninguno, no creo que existan.

martes, 2 de marzo de 2010

¿QUÉ NOS FRENA?

“Si bien la muerte nos iguala a todos, nos queda la libertad de escoger la senda que más nos agrade, para llegar hasta ella. No debemos acusar al destino de nuestras desgracias que son las consecuencias de las opciones que hemos hecho. Si el hado nos depara un final idéntico podemos llegar a él por vías diferentes. Evitar que nuestro paso efímero por el mundo sea un tormento está en nosotros. En nuestra elección de vida, en lo que debemos y queremos ser”. De: “El confidente de cristal” FANTASÍAS INTERCALADAS. Nelson Barreiro Gougeon.




Cuantas más veces pienso en la cantidad de caminos que hay para llegar al mismo sitio, más pienso en la estupidez humana. Es una forma de comportarse. Ciertamente, algo o alguien debiera decirnos continuamente estas palabras y hacernos recapacitar en esta observación. De seguro que si todo el mundo fuese consciente de ello, nos miraríamos como compañeros de viaje, pero de un viaje de placer, a sabiendas de que no hay billetes de vuelta. Donde todos iríamos en fila pero sin montarnos los unos en los otros. Sin destrozar la vida del compañero de viaje. Sin tratar de pisotear a nadie. Con respeto y consideración al prójimo. Al individuo de al lado.

Qué inteligente sería poder elegir el uso del camino, es decir la elección de vida, lo que queremos ser, como dice el amigo Nelson. Pero también que esta elección fuera más fácil de conseguir que en la actualidad, en este mundo en el que vivimos.

Qué equivocación más torpe e insana cuando vemos los comportamientos generales de las personas entre ellas mismas. Si entre todos podemos hacer un edificio de ladrillos sólidos para que cuando hayamos partido lo puedan ocupar otros, tal vez nuestros hijos, ¿Por qué no lo hacemos? ¿Qué nos frena?

Es fácil de entender. El ego, la vanidad y la creencia de que somos únicos nos lleva a creer que una vez que se consiga, seremos mejores que los compañeros de viaje.

Pero si no lo conseguimos, entonces le echamos la culpa a terceros del causante de este final. Qué craso error.

Por otra parte es mucho más fácil estimular la vida desde cualquier punto de vista, que complicárnosla con el afán y la ambición desmedida. Y lo triste es que aún sabiéndolo, seguimos empeñados en continuar con el abatimiento de unos a otros. Con el orgullo, la codicia y vanidad como bandera, como estandarte de guerra.

¡Qué estupidez!

En este momento, cuando estoy escribiendo este razonamiento, me paro y me pregunto ¿estaré loco?