viernes, 28 de diciembre de 2012

Te estoy buscando a ti...


Me gustaría que cada noche fuera un principio y un fin.

Odio la rutina, los compromisos, la obligación de ser fiel a la imagen de tener que comportarme como tú esperas que me comporte.

Quiero que cada semana sea distinta. A veces me da la impresión de que me dejo llevar, de que no hago lo que yo quiero, sino lo que de mí se espera. A veces me pregunto si era esto lo que buscaba.  Si era esto lo que yo quería. 

Me gustaría empezar de nuevo cada día. Acércate como si me conocieras. Como si fuese la primera vez que pisas mi casa. Olvídate de lo que ayer hablamos, lo pasado es pasado. Esta noche es la noche.

martes, 23 de octubre de 2012

Y LLEGÓ ASIER.


Dicen los viejos corazones en sus años de acopio de experiencias,
que agosto es el mes que guarda el secreto de los doce meses completos.

Otros aducen también diciendo que agosto quien no goza de él está loco.

Yo he tenido la dicha de haberlo disfrutado con deleite, y con el mismo sentimiento sigo disfrutando lo que ese mes de este año me concedió.

Vino mi segundo nieto, Asier. Hermano de Gael. Fiel reflejo del misterio de la vida.

De esa vida que nos da felicidad y que, al mismo tiempo, por generosa, nos lleva hacia adelante formando un grupo de personas afines, cuyo nombre feliz, bien argumentado, excepcionalmente concebido, se llama familia.

Y llegó Asier.

Sí, llegó Asier. Y llegó con una carita preciosa y con manos de Ángel.

Y llegó para tomar su merecido puesto en su familia, en su casa, al lado de sus padres y de su hermano Gael.

Fue entonces cuando el mes de agosto dio de sí todo lo que llevaba dentro.

El sol corría de un lado a otro siempre consumiendo su mismo camino,
pero esta vez con más alegría, con soltura, con complacencia, pues veía que
su compañera, la luna, le sonreía desde la claridad del día para después
mostrarse de noche como una luna azul. La luna azul de agosto. Ella también celebró que Asier, el pequeño ruiseñor, estaba ya entre nosotros.

Él les llenó de felicidad de la misma forma que lo hizo con su familia.

Y lo hizo de una forma sencilla, como pidiendo paso entre su gente para estar con ellos.

Y… sí. Llegó Asier.

Alma divina y un tesoro que, nosotros, los suyos, guardaremos arropándolo con un amor inconmensurable.