martes, 5 de marzo de 2013

UN SIMPLE DETALLE


Aquella mujer me gustaba mucho. Es más, muchísimo. Era bella, de bonita figura y probablemente honesta, cosas éstas que siempre suelen ir aparejadas. Le dije que se casara conmigo, pero se negó, alegando que desconocía todas las circunstancias que forman mi personalidad.

Le hablé de mi amor por los animales, por lo libros, por la música, por lo niños e incluso por la arquitectura. Pero ella me rechazaba una y otra vez. Entonces le hablé del gran amor que sentía por ella, y que me comprometía a no hacerle proposiciones deshonestas hasta pocos días antes de nuestra boda. Tampoco aquello pudo convencerla.

Dirigí entonces mis ataques, haciéndole ver que yo era un gran patriota, un buen católico y un ferviente esclavo de la amistad. Mas tampoco aquello hizo mella en su indiferencia.

Por último, ya no sabiendo a qué recurrir para que accediera a mi deseo de matrimonio, le hablé –no se me había ocurrido antes- de mis posesiones, de mis bienes y riquezas, de mis fincas rústicas y urbanas, de mis cuentas corrientes en la mayoría de los Bancos.

¡Y se produjo el milagro! Me dijo que sí, que se casaría conmigo en cuanto yo quisiera.

¡Pensar que puede uno perder la gran ocasión de su vida por un pequeño fallo de la memoria! ¡Por un simple detalle!...


M.M.

1 comentario:

es dijo...

Menos mal que te diste cuenta a tiempo, Manuel! hay que estar al tanto de la extraña forma en que pensamos las mujeres.

Besos.