Yo no lo presencié, pero es igual.
- A mi juicio, señor, usted carece de los más elementales
principios de educación.
- Los juicios son muy subjetivos, y de la misma forma que
usted tiene esa opinión de mí, yo creo que usted, en su vida, atenta contra el
Séptimo Mandamiento..
- Eso no deja de ser un juicio temerario por su parte, así
como también puede serlo por la mía, al decirle que le considero carente de
arrojo, denuedo y, por ende, valentía.
- Si tenemos en cuenta la enorme influencia de la sangre
paterna en nuestra propia idiosincrasia, es muy fácil para mí suponer que su
ascendiente más cercano no pertenece a una raza pura, sino, por el contrario,
mixtificada y turbia.
- Créame, señor, pero noto dentro de mí algo así como un
deseo que propende a causarle un deterioro parcial de su faz.
- Eso sería factible si usted, como ente normalmente
constituido, fuese capaz de llevarlo a efecto, arrastrando las consecuencias
que como furiosa reacción brotasen en mí.
- Dígame una cosa sinceramente, si es que de ello se
considera capaz: ¿no le produce angustia pensar que la cantidad de hormonas masculinas
con que cuenta usted asciende a un número ridículamente escaso?
- La verdad, nunca he pensado en ello, pero aunque ese
aserto tuviera verosimilitud, considero aún más angustioso el caso de usted, el
cual consiste, según rumores, en la tácita anuencia que usted proporciona a su
cónyuge, para que ella nade en la abundancia de veleidades, escarceos y ángulos
semejantes.
- Estamos llegando a un punto, señor mío, en el que quizá lo
más sensato sea que salgamos a la calle y midamos nuestras fuerzas físicas,
intercambiando una serie de golpes y daños que terminen con esta acalorada
discusión.
- Verdaderamente sería lo más justo y práctico, ya que yo,
por mi parte, anhelo fervientemente, practicar en usted el homicidio.
-Ése es justamente mi deseo.
-¡Pues ya puedes ir saliendo, porque te voy a partir la
boca!
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