lunes, 17 de febrero de 2014

MI JEFE.

Yo estaba sin empleo. Goteras físicas y económicas anidaban en mi cuerpo. Y don Justo, hombre pudiente y de altas influencias, me dio un empleo, porque era un hombre de gran corazón, caritativo e inteligente.

A los pocos meses de haber resuelto mi problema, yo me lié con una mulata, en cuyo cuerpo no podían encontrarse dos milímetros de recta. Esto me hacia llegar tarde a la oficina, con ojeras y embotado. Y simplemente por eso, mi jefe se convirtió en un ser déspota, egoísta y cruel, hijo de mala madre, que me echó a la calle.

Algunos días después acudí a mi jefe, en demanda de perdón, dándole toda clase de pruebas acerca de mi arrepentimiento. Y mi jefe, que en el fondo era un santo, un ser justo (como su nombre), me readmitió, no sin antes amonestarme paternalmente llenándome de buenos consejos.

Pero una mulata como aquella no es ninguna tontería. Así que, casi sin darme cuenta, las ojeras volvieron a mi rostro y los retrasos se multiplicaron.

Entonces comprobé que mi jefe, aquel hombre cínico que engañaba con su aparente bondad, no era más que un déspota, un tirano carente de sentimientos, falso como una moneda de hojalata.

Volví a quedarme sin empleo. Yo no sabía qué hacer. Me daba vergüenza recurrir de nuevo a mi jefe, implorándole perdón. Pero no tuve más remedio que hacerlo.

Y me perdonó.

Y es que, por mal que hablemos de la gente, también hay buenas personas en el mundo.

2 comentarios:

cuantocuento,castelo dijo...

Me alegra volver a leerte,amigo; veo que sigues con tu humor de siempre. Muy buen micro, Manuel; irónico, crítico, original y muy bien escrito.
Un abrazo :)

Anónimo dijo...

Fantástico! Me ha encantado.
Gracias por tu nueva publicación.
CCH.