domingo, 6 de abril de 2014

EL PARECIDO DE ALGUNAS SITUACIONES.

Son ya pasadas las diez de la mañana de un día nublado, con una brisa constante que hace que las hojas de los árboles no dejen de moverse. El invierno no está siendo lo crudo e inhóspito que se esperaba. El tiempo, de unos años hacia acá no se está portando de forma normal o al menos, no se muestra con las características que son propias de cada estación. ¿Cambio climático quizá? ¿Capa de ozono? ¿Falta de respeto a la naturaleza? Yo qué sé. En todo este tema nunca he sabido cuándo nos mienten y cuándo dicen la verdad los entendidos. No lo veo claro.
Paseo por las calles de mi pueblo sin rumbo ni plan alguno, viendo y saboreando las cosas que van sucediendo a mi alrededor. Entré en una cafetería muy acogedora que hay en el centro, justo al lado del puerto y que ocupa un lugar privilegiado, pues puedo ver el mar a tan solo unos metros. El establecimiento tiene muebles antiguos, con grandes cristaleras que hacen poco necesario la luz artificial en el interior.

Las mesas son del estilo de aquellas que guardan solera en los bares de pueblo y también ciudades; las hay redondas y cuadradas y son de mármol, son de pequeño tamaño pero con pies de hierro forjado. Sin embargo los asientos que dan a la pared son como butacones forrados de tela, sumamente cómodos y que dan incluso un toque familiar al salón.
Desde la situación escogida puedo ver pasear a la gente y también cuando cruzan la calle. Puedo ver también una gran parte de la alameda del pueblo. La alameda es el centro neurálgico y en ella se celebran todos los acontecimientos que organiza el ayuntamiento o los ciudadanos.
Una vez apurado el café, abro el cuaderno y me dispongo a escribir algo con la esperanza de que la musa me visite -¡Ay, la musa!-, y me ha venido a la mente un reciente viaje que realicé junto con mi mujer a Salamanca.

En una mañana parecida a la de hoy, y sin tenerlo previsto, fuimos a visitar la majestuosa plaza mayor de la villa. Era temprano y para cubrirnos de la lluvia que empezaba a caer, fuimos atraídos por un delicioso aroma a café y entramos en una cafetería cuya solera y antigüedad se palpaba desde la entrada. Grandes lámparas colgaban del techo y los camareros vestían sus uniformes a la antigua usanza; camisa blanca, chaquetilla negra y delantal blanco hasta los pies.
Tenía como una especie de apartados o privados pequeños justo a los lados de la puerta de acceso, por lo que se podía ver a través de las ventanas todo cuanto acaecía en aquella histórica plaza.
Quizás llevados por el frío, la lluvia o la novedad del establecimiento, el caso es que nos sentamos en una especie de diván muy cómodo, parecido al que estoy sentado ahora, y al querer colocar nuestros abrigos fue cuando advertí que justo a mi lado, había, sentada, una estatua de bronce de tamaño y forma natural. Debo confesar que al principio sentí escalofríos al reconocer que era la figura de D. Gonzalo Torrente Ballester, que estaba mirando a la ventana.

Quedamos tan gratamente sorprendidos ante lo inusual de la situación que preguntamos al camarero el motivo de aquello y éste nos explicó que D. Gonzalo siempre que estaba en Salamanca acudía diariamente al café y se sentaba siempre en ese lugar. Nos dijo también que allí, apoyado en la misma mesa, abría su cuaderno para escribir. Esta cafetería llamada Café Novelty fue nombrada en algunas de sus publicaciones, y a la muerte del ilustre escritor le rindieron este homenaje. Hermoso detalle.
Ahora, sentado yo frente a un ventanal, mirando a la alameda, con un día nublado como decía, he echado de menos aquella figura a mi lado. Le preguntaría a Don Gonzalo tantas cosas. Todas ellas serían para aprender de él. Porque creo que los que estamos empezando a escribir, y además, a escribir lo que sea, tenemos la sensación de que somos como sedientos en el desierto, que cuando tienen agua fresca a su alcance tratan de beberla de un solo trago, cuando ha de ser todo lo contrario. Don Gonzalo nos enseñaría tantas cosas, que nos serviría a todos los aficionados para saber que los escalones se han de subir de una forma pausada, ponderada y con cautela.

Le preguntaría cómo escribía, qué utensilios utilizaba, cuándo lo hacía, a qué horas, en fin...
Por mi parte ya le estoy agradecido, pues gracias a él, hoy he sido capaz de escribir cuatro páginas, algo que hago por primera vez. Y todo ello desde una cafetería, con mal tiempo, con grandes ventanas, viendo a la gente pasar no por la plaza salmantina, sino por la alameda de mi pueblo. No con la compañía de D. Gonzalo sino con su recuerdo.
Y yo me pregunto. ¿Habrá sido su musa la que ha reflejado aquella situación?
Cerré mi cuaderno y antes de marcharme, de forma callada, le he dado las gracias y me he despedido del ilustre escritor y compañero de mesa.

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