martes, 29 de noviembre de 2016

EL ENTORNO EN LA VIDA

No sé si es a mi pesar o realmente debo sentirme satisfecho de la experiencia que estoy viviendo actualmente. La verdad es que no sé cómo explicarlo, pero sé que está ahí, que me está ocurriendo y, sin embargo, también sé que he de tomarlo como algo natural. Qué remedio.

A lo largo de mi vida, y voy a hablar tan solo de mi experiencia, he observado que todo, desde mi niñez, ha sufrido la metamorfosis de la evolución en todo su concepto. El desarrollo corporal, los conocimientos, el medio donde uno crece, su entorno…

Su entorno.

Sí, he dicho bien, su entorno. Y es que, irremediablemente, es ahora, a mi exquisita mayoría de edad, cuando me doy cuenta de que cualquier evolución natural siempre ha venido condicionada desde fuera. Del entorno, de los demás, de lo profano, de lo perfectamente moldeable, de lo condicionado por otros.

Hay cientos de ejemplos para justificar lo que estoy analizando sobre mi vida.
Antes, cuando alguien tenía fiebre, todo cuidado era taparlo bien para que se sintiese calentito y arropado; esto ahora ha resultado ser falso. Se ha de hacer todo lo contrario.

Se decía que había que comer pocos huevos  fritos a la semana, porque era perjudicial para el hígado. También ha resultado ser una falacia. Que el aceite se debía tomar con precaución, y sin embargo ahora no te dicen que lo pongas al café con leche de milagro. Bajo ningún concepto se podía tomar la comunión sin haber pasado previamente por la confesión y en ayunas. Ahora, sales del bar de tomarte unos pinchos, cruzas la calle, entras en la iglesia, comulgas y vuelves al bar a rematar la faena con un café.

Todo viene de fuera. Todo es el entorno, y por lo tanto tu evolución es condicionada por lo demás y por los demás.

Pero, como digo, todo esto se lleva a cabo a lo largo de una vida. Y en el camino nos encontramos con sabores exquisitos por los que merece la pena seguir adelante,  el más importante es sin duda la familia, esa extraordinaria congregación que te indica que estás vivo, de que la creas, la cuidas y ella misma se multiplica y engrandece para bien de todos.

Pero no quiero desviarme de mi reflexión. Decía, en origen, que todo viene imputado y por lo tanto, todo el mundo ha de responder a esa llamada del exterior. En mayor o menor medida, el lodo que baja por el río de la vida te arrastra y éste ya se encarga de dejarte arrastrar hasta que un día te deja, te aparta para que termines, o bien, para que te apañes como puedas.

Pero, he aquí, que una vez apartado de este arrastre de la vida, surgen nuevas emociones, nuevos problemas, otras inquietudes. De repente, te das cuenta de que todo lo que has vivido ha sido una historia, la historia de una vida que no tiene repetición. También y hasta ese momento, no te das cuenta de que toda ella has ido flotando como troncos de árboles en un río lleno de sinsabores y de alegrías; de momentos de felicidad y desasosiegos.

Es entonces cuando empiezan a aparecer los desgastes propios de la vida, de esa vida que has tenido que vivir forzosamente con un entorno no elegido y que te ha venido impuesto.

Y es ahora, cuando se pone la suerte en un tapete de juego descolorido, raído y la ruleta echa a rodar y rodar. Una vez apartado del río de lodo, se da uno cuenta que lo mismo que los railes del tren, la vida tiene un tope infranqueable. Así pues, hay un mecanismo interior que se pone en marcha como si fuese un resorte, para tratar de vivir un poco más deprisa, como si algo te avisara de que ahora o nunca debes ser tú y sólo tú el que cojas las riendas de tu vida y trates de hacer, vivir, modelar, modificar todo cuanto se te antoje. Y siempre estará el tapete ahí, extendido y un tocho con cartas de la suerte esperando a ser barajado y cortado.

Casi sin querer acabo de pronunciar la palabra “interior”. Eso me lleva a pensar que, instintivamente, y con esa palabra, ya dejo fuera la sinergia, el entorno, el río lodoso (la vida no es de color de rosa, por mucho que nos quieran hacer creer). Ahora ya, desde mi interior, soy yo. Y creo que estoy en lo cierto. Soy yo porque es ahora cuando no hago caso a los superfluos ataques de todo tipo que intentan desviarme de mi interior. Ahora me doy cuenta de tantas cosas… Me doy cuenta de que vivimos en una cultural y en una época tan inmensamente ricas en basura como en tesoros.

Sin remediarlo, piensas de soslayo, miras de reojo y de forma instintiva, el tope de los railes y el tocho de cartas de la suerte. Pero sólo lo haces de soslayo, como persona inteligente, pues debes seguir adelante con tu familia, tus recuerdos, tus vivencias, tus viajes, recordando amigos con los que compartiste grandes momentos de tu vida y con todo aquello que has ido atesorando a lo largo de ella.

Entonces, un día, alguien (un dios, la suerte, el destino o la madre que parió a todos juntos) decide por ti y corta la baraja. Una carta es lanzada sobre el tapete descolorido.


Es ahí cuando te aseguras de que el miedo, al igual que el amor, si no se solidifica en un acto o se verbaliza en una palabra, puedes llegar a convencerte de que no existe.

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